martes, 22 de diciembre de 2015

John D. Rockefeller (1839-1937). Entre el mercado y la filantropía

En esta ocasión me centraré en describir el perfil empresarial de uno de los hombres más influyentes de la historia norteamericana: John D. Rockefeller. Sus indudables dotes para los negocios y sus métodos, siempre en el filo de la legalidad, le permitieron convertirse en el hombre más rico del mundo. Al final de sus días se centró en expandir las causas filantrópicas y sociales que había ido desarrollando a lo largo de su vida.

Primeras experiencias profesionales

John Davison Rockefeller nació en Richford (Nueva York) el 8 de julio de 1839 en el seno de una familia de inmigrantes. John y sus hermanos fueron educados por su madre, una mujer con una estricta moral calvinista. Desde muy joven, demostró una gran habilidad para ganar dinero con pequeñas actividades domésticas. De su padre, a pesar de sus continuas ausencias y su dudosa reputación, aprendió a sacar el mejor partido de cualquier negocio.


En 1853, cuando contaba con 14 años, la familia se mudó a Cleveland (Ohio), una ciudad de 26.000 habitantes en la región de los Grandes Lagos. Allí el joven Rockefeller inició sus estudios secundarios que, por indicación de su progenitor, abandonó poco antes de su graduación. Tras una breve estancia de tres meses en una escuela de comercio, consiguió un trabajo como contable en una empresa dedicada al tráfico de productos agrícolas.



John D. Rockefeller en tres etapas de su vida. Fuentes: https://cut2thetruth.wordpress.com, www.biografiasyvidas.com y www.nytimes.com

Su primera experiencia laboral fue dura pero positiva. Constituyó para él una verdadera prueba de fuego en la que aprendió muchísimo. Sus acciones caritativas comenzaron también por entonces, y llegaron a suponer el 10% de sus ingresos. La vida personal de John giraba en torno a la iglesia baptista. Asistía a conferencias, encuentros y conciertos organizados por la Young Men’s Christian Association y ejercía como catequista.

En 1859, uno de sus antiguos compañeros en la escuela de comercio, Maurice Clarck, le propuso iniciar un negocio de transporte y comercialización de carne, granos y otros productos agrarios. La firma adoptó la razón social de Clarck y Rockefeller y prosperó durante los años de la Guerra de Secesión.

Por entonces, el petróleo ya había comenzado a considerarse un combustible con gran potencial. A comienzos de los sesenta, John visitó las zonas petrolíferas cercanas a su ciudad. Este sector terminó por atraparle y, como él mismo reconocía años después, decidió “meterse en él hasta las orejas” a pesar de sus reticencias iniciales.

Incursión en el sector petrolero

En 1863, Rockefeller participó en la creación de la empresa petrolera Andrews, Clark y Compañía. Sus socios eran los hermanos Maurice, James y Richard Clark, junto con Samuel Andrews, un amigo británico que frecuentaba su misma iglesia.

Andrews era un químico autodidacta que se encargaba de filtrar el crudo, calentarlo y limpiarlo con agua, sosa cáustica y ácido sulfúrico para separar el queroseno. La plantilla de la nueva compañía estaba formada por todo tipo de especialistas. Se inició así la que sería una de las claves de su éxito: la integración vertical de las distintas actividades petroleras, desde la explotación hasta el transporte, pasando por el refino y la distribución.

Las fricciones dentro del negocio fueron en aumento y la sociedad se rompió en febrero de 1865. Poco después, John se hizo con la empresa, que continuó junto con su hermano Will y Samuel Andrews.


Flete de barcos petroleros. Fuente: https://commons.wikimedia.org

Rockefeller fue aprendiendo a marchas forzadas sobre la fluctuación de los precios y la comercialización del crudo en las mejores condiciones. De hecho, su firma creció el doble que las de sus rivales.

En 1867 se unió al negocio Henry Morrison Flagler, un brillante joven lleno de porvenir. El recién llegado fue el responsable de contratar el transporte por ferrocarril, a veces mediante acuerdos secretos. Sus negociaciones para fijar tarifas con las nacientes compañías ferroviarias eran duras. La firma de John D. fue la primera capaz de ofrecer un volumen de carga elevado y constante, obteniendo a cambio una importante rebaja en los precios.

El nacimiento de la Standard Oil Company

En 1870 Rockefeller constituyó una nueva empresa por acciones denominada Standard Oil Company, que absorbió la sociedad Rockefeller, Andrews y Flagler. John poseía el 20% de las participaciones.

La Standard Oil puso pronto en práctica una táctica poco ortodoxa para eliminar a sus competidores: instalaba una refinería nueva, en teoría independiente, bajaba los precios de manera radical y arruinaba a la competencia. Entonces adquiría en secreto las firmas fracasadas. Externamente, Rockefeller recurrió a prácticas de espionaje para controlar los movimientos de sus competidores. Internamente, se comportaba sin embargo como un patrón paternalista, que pagaba a sus empleados por encima de la media del sector y los cuidaba con pequeños detalles.

Una vez que el boom de los automóviles hizo estallar la demanda de petróleo, a comienzos del siglo XX, la compañía ya estaba en condiciones de controlar todos los estadios de la industria.

Logotipo de la Standard Oil. Fuente: http://photobucket.com

En poco tiempo, la Standard fue capaz de desarrollar cerca de 300 productos derivados. Las únicas áreas de expansión que nunca tentaron a John fueron las que no guardaban ninguna relación con el crudo. Su capacidad de producción alcanzó por entonces los 10.000 barriles diarios, un cuarto del total mundial.

La fama de Rockefeller como empresario se consolidó, pero también su imagen como hombre duro. Tanto, que llegó incluso a temer por su seguridad personal y la de su familia. Él no comprendía esta animadversión porque siempre pensó que la Standard era una especie de “ángel salvador” y que estaba haciendo lo correcto. A finales de los años setenta, el malestar del Gobierno por las tácticas del imperio Rockefeller fue en aumento y se iniciaron varios procesos legales contra la compañía en distintos estados, aunque sin éxito en un inicio.

La Standard Oil Trust

John D. se había convertido en el “amo” de la industria petrolera, pero quería ir más allá. Optó por la constitución de un enorme grupo empresarial que concentraría diversas entidades del sector no solo de Estados Unidos, sino también de otros países.

Con el fin de evitar acusaciones de monopolio por parte del Gobierno, se inclinó por la creación un trust. Nacida en 1882, la Standard Oil Trust se convirtió en el primer monopolio del mundo que integraba los procesos de extracción, refino, transporte, distribución y venta de petróleo. Por entonces Rockefeller llegó a ser el hombre más rico de Norteamérica y posiblemente del mundo.

Las concentraciones industriales se expandieron con fuerza en Estados Unidos, aunque la opinión pública las veía con recelo por considerarlas contrarias a la iniciativa personal y la libertad política. En 1890, un creciente descontento condujo al Gobierno a promulgar la Ley Sherman, que declaró ilegales los trusts y otras asociaciones que atentaran contra el libre comercio.

Fueron necesarios años de litigios para llevar a la Standard Oil Trust ante la justicia. Finalmente, el caso se planteó al Tribunal Superior de Ohio, que reconoció la ilegalidad del coloso petrolero y ordenó su disolución. En 1899 Rockefeller restableció la Standard Oil Company en Nueva Jersey, aunque el holding familiar fue fragmentado en 34 compañías independientes en 1911 por orden del Tribunal Supremo. En la actualidad, las empresas descendientes de la Standard conforman el núcleo principal de la industria petrolera estadounidense.

Los últimos años en activo

Tras la separación de su gigantesca petrolera, Rockefeller se retiró. Desde entonces, se centró en la promoción y financiación de sus numerosas actividades sociales y caritativas: la Universidad de Chicago, fundada por él en 1891, la investigación médica o la difusión de la cultura a través de varias fundaciones nacionales e internacionales, entre otras.

También desarrolló su proyecto más ambicioso en el ámbito inmobiliario: la construcción del Rockefeller Center, que nunca llegó a ver terminado. John D. falleció el 23 de mayo de 1937 en su residencia de Florida, a los 97 años de edad, y fue enterrado en Cleveland, la ciudad que vio nacer su inmenso imperio.


Noticia del fallecimiento de John D. Rockefeller. Fuente: http://johndrockefeller2.weebly.com/quotesdeath.html

Reflexiones para la actualidad

Ese día de mayo desapareció uno de los empresarios más poderosos de la historia y, sin duda, uno de los más ricos. Su fortuna se valoraba en 1.400 millones de dólares, equivalentes al 1,53% del PIB estadounidense de la época. Un hombre controvertido, con una clara doble moral en su vida privada y en el ámbito de los negocios. Discreto, religioso, familiar, trabajador incansable y gran filántropo, se convertía en un verdadero tiburón cuando negociaba contratos o ideaba artimañas para ganar cuota de mercado y eliminar a sus rivales. Ahí no tenía piedad.

Su filosofía empresarial se basaba en una especie de darwinismo empresarial y profesional, que aparece en una de sus reflexiones más famosas: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto (...). La bella rosa estadounidense solo puede lograr el máximo de su esplendor y perfume, que nos encantan, si sacrificamos los capullos que crecen a su alrededor. Esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es más bien la elaboración de una ley de la naturaleza y de una ley de Dios”.


Llama la atención que Rockefeller mencione a Dios en esta frase. Sin duda, se sentía tocado por la mano del Creador; se veía a sí mismo como una especie de elegido que, con su trabajo, favorecía a sus semejantes. Desde su punto de vista, sus prácticas de crecimiento a toda costa no suponían ninguna contradicción con sus creencias cristianas. Era, simplemente, lo que debía hacer. Al final de sus días, confesó a su biógrafo que todo estaba bien entre Dios y él y que si mañana tuviera que volver a repetir su vida, desarrollaría las cosas exactamente como las hizo.


Sin embargo, está claro que no todo vale en la empresa y que aplicar una doble moral en los ámbitos personal y profesional conduce a una profunda e inhumana ruptura, cuya incoherencia no se expía solo con la filantropía, por muy loable y generosa que esta sea.


cerro@centennial.es

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