martes, 23 de febrero de 2016

El Caserío de Tafalla: una dulce historia de coherencia, adaptación y recuerdos

Comenzamos la serie “Cuéntanos tu historia” con un artículo sobre El Caserío de Tafalla. Esta empresa tiene una interesante trayectoria en la que se entremezclan tradición, innovación, coherencia y mirada hacia el futuro. Un ejemplo de adaptación al cambio hecho con inteligencia y trabajo. Muchas gracias a Ramón San Martín Erice, su director general, por el tiempo que nos ha dedicado y por compartir con nosotros su visión de la compañía.

Llámalo casualidad, llámalo talento

El Caserío, S.A. se constituyó en Tafalla en 1964, aunque su origen se remonta a la pastelería que Jesús Ramírez tenía en esta localidad de la Zona Media de Navarra desde comienzos de los años cincuenta. Acostumbrado a convivir con la escasez de materias primas y el racionamiento de la posguerra, Jesús adaptaba su negocio a los productos que había en el mercado. Los turrones y los caramelos de café solían ser dos de sus apuestas más seguras. 

Hubo un año en que, tras la campaña navideña, sobró una gran cantidad de piñones. El ingenio y el afán de aprovechamiento le llevaron a incorporarlos como un nuevo ingrediente en sus pastillas de café. El éxito entre sus clientes habituales fue rotundo. Este acierto fortuito dio paso a un proyecto empresarial a mayor escala que también se gestó de manera informal. 

Jesús y otros compañeros de cartas en el Casino de Tafalla comenzaron a contrastar opiniones sobre su atino comercial. Algunos de ellos, con un claro espíritu emprendedor, propusieron explotar el filón del nuevo producto y crear una sociedad para la fabricación y venta de caramelos de café con piñones. Y de este modo distendido nació una compañía que hoy cuenta con casi 52 años de edad e importantes proyectos de futuro.


Imagen del Casino de Tafalla en 1958. Fuente: www.merindad.com


Jesús Ramírez incorporó a la sociedad su saber hacer como maestro pastelero, Andrés Armendáriz fue socio capitalista, Manuel Montón colaboró con un importante cupo de azúcar y Andrés y Carmelo Urbasos aportaron el terreno sobre el que se construyó el edificio de la fábrica y las oficinas.

La factoría se inauguró en 1965. Externamente, reproducía el aspecto de un caserío vasco como los que Jesús Ramírez había conocido en el sur de Francia durante sus años de formación en obradores de San Juan de Luz. De ahí que el nombre de la compañía, su marca comercial y el aspecto de su sede social confluyeran en una misma imagen asociada a la casa, a lo auténtico, a la cercanía del hogar y la familia. Una base sólida sobre la que, poco a poco, se comenzó a desarrollar el proyecto de negocio.


Fachada de la primera fábrica de "El Caserío, S.A.". Fuente: http://www.elcaserio.es


Durante sus primeros años de vida, El Caserío fue consolidando su producción y ampliando su red comercial en Navarra y las provincias limítrofes. El “boca-oreja” y la calidad del producto fueron sus principales cartas de presentación. Quien lo probaba solía repetir y lo recomendaba a sus conocidos. Esta estrategia tan simple fue suficiente para garantizar la estabilidad de la empresa hasta finales de los años setenta.

La sofisticación de la demanda

Las décadas de los ochenta y los noventa marcaron el crecimiento de las ventas y los beneficios. Hasta entonces, la sociedad había continuado con su forma tradicional de gestión: no se endeudaba, asumía inversiones con sus recursos propios, continuaba fabricando su artículo estrella, producía de acuerdo con los gustos de unos clientes a los que conocía bien y seguía ubicada en el mismo local en el que había nacido. 

En los años noventa comenzaron a esbozarse algunos cambios importantes en los gustos y preferencias de los consumidores. El cuidado de la salud, el culto al cuerpo, la práctica continuada de deporte y la adquisición de productos bajos en calorías pasaron a ser consignas habituales entre quienes habían crecido con los caramelos El Caserío. Se trataba de adultos jóvenes que se habían hecho mayores al mismo tiempo que los productos de la empresa. Los habían consumido desde niños porque sus padres y sus abuelos los compraban de manera habitual. Ahora, sin embargo, les resultaban demasiado calóricos y con excesivo azúcar. 

Por otra parte, a finales de esa década tuvieron lugar modificaciones radicales en la regulación oficial del sector. Los requisitos sanitarios y lo estándares de calidad comenzaron a ser cada vez más estrictos y demandaban un control exhaustivo de todos los procesos de fabricación. 

No hay que olvidar tampoco el boom inmobiliario que se produjo en aquellos años. La fábrica de El Caserío se encontraba en pleno casco de la ciudad y, en cierto modo, entorpecía su desarrollo urbano. La posibilidad de trasladarla a un polígono industrial a las afueras se fue esbozando como una necesidad urgente. 

Eran también momentos de transición en los canales de venta. Las cadenas de alimentación se habían instalado por todo el país y muchos clientes comenzaron a adquirir productos de consumo habitual en grandes superficies. Además, varias multinacionales del sector habían empezado a adquirir compañías y marcas españolas, en muchos casos con el fin de deslocalizar la producción. El panorama nada tenía que ver con el que los promotores de El Caserío se encontraron en 1964. Internamente, también se habían producido novedades importantes, ya que la segunda generación de los fundadores había asumido la gestión de la compañía.

Cambios importantes y momentos críticos

Muchos cambios y demasiados retos en todos los ámbitos. Con el nuevo milenio, los socios de El Caserío tomaron algunas decisiones estratégicas que tuvieron consecuencias directas en la evolución del negocio a corto plazo. 

En primer lugar, dieron luz verde al traslado de la fábrica y la sede social al extrarradio. Para ello hubo que realizar una importante inversión que, por primera vez en la historia de la compañía, se asumió mediante un crédito bancario. El nuevo edificio se inauguró en 2007 y conservaba la estética del original.


Nueva fábrica y sede social de El Caserío de Tafalla. Fuente: www.navarracapital.es


También se optó por duplicar la capacidad de producción y se adquirió una segunda línea de fabricación. Esto supuso un considerable esfuerzo económico que trajo a la cuenta de resultados conceptos nuevos, como la amortización o la deuda a largo plazo, que restaron rentabilidad al negocio y desconcertaron a unos accionistas que siempre habían repartido beneficios.

Frente a la situación del mercado, los propietarios de la compañía optaron por no estar presentes en las grandes cadenas de alimentación, continuar con su estrategia mono-producto y hacer oídos sordos a algunas ofertas de compra lanzadas por multinacionales extranjeras. Una apuesta de futuro que pronto demostró tener algunos puntos débiles y que convivió con el comienzo de la crisis económica internacional.

Se vio claro que ampliar la capacidad de producción sin diversificar la oferta de acuerdo con las preferencias de los consumidores no resultaba una vía adecuada. Existía una claro peligro de que el público asociara El Caserío con una marca obsoleta distribuida mediante canales anticuados. Todo ello generó una gran desilusión dentro de la compañía.

Recuperar el alma de la empresa

En 2009 las familias propietarias de El Caserío apostaron por profesionalizar la gestión de la empresa. Una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo equipo directivo fue recuperar el alma de la compañía, identificar sus valores originarios para, a partir de ellos, reposicionar la marca. Una curiosa combinación de pasado, presente y futuro que optó por poner énfasis en aquellos elementos que habían hecho de El Caserío un producto muy querido y de gran calidad: la selección y cuidado de sus materias primas, la casa, el hogar, la familia, el calor de lo cotidiano asociado a fantásticos recuerdos de infancia. El logotipo se rediseñó y se añadió la frase “delicias naturales” a la marca original.


Logotipo completo. Fuente: www.irtagroup.com


En segundo lugar se optó por diversificar la gama de productos, ajustándola a un mercado en continua evolución. En la actualidad se fabrican 15 referencias diferentes, con una mezcla de materias primas básicas y renovadas que dan como resultado todo tipo de delicias con y sin azúcares añadidos, aptas para celíacos, masticables o con textura más dura, con base de café, chocolate, regaliz, vainilla, con naranja, piñones, almendras… Incluso se está experimentando con caramelos que puedan ingerir las personas con dieta vegana o los clientes con intolerancia a la lactosa. También se cuenta con certificación halal para satisfacer a los consumidores musulmanes de España y el extranjero. 

El lanzamiento al mercado de esta gran variedad de productos ha venido avalado por una importante inversión en maquinaria de fabricación y envasado, un aspecto este último que también se está cuidando al máximo. No solo porque ayuda a segmentar el mercado y se adapta a las necesidades de cada tipo de cliente, sino también porque se buscan soluciones respetuosas con el medio ambiente: envoltorios reciclables, papeles que, al eliminarlos, se transforman en semillas… Sofisticaciones que demuestran coherencia de marca y aluden a esa casa de pueblo originaria que preside los envases.


Ramón San Martín, director general de El Caserío de Tafalla. Fuente: Carmen Erro

Una evolución impresionante en poco más de seis años que ha logrado fortalecer la marca y consolidarla como una referencia innovadora en la que se inspiran otros fabricantes. En la actualidad, la empresa invierte entre un 3 y un 4% anual de su facturación en I+D y en el desarrollo de nuevos productos.

Más que caramelos, vivencias y recuerdos

En mayo de 2014 la compañía celebró su 50 aniversario. Decidió llevarlo a cabo tal y como lo hacían en su niñez las personas que nacieron en el mismo año que El Caserío: dando caramelos a amigos y familiares. Con este fin se entregaron cerca de 60.000 bolsas a 3.000 detallistas para que, a su vez, repartieron su contenido entre sus clientes y conocidos.

Esta dulce celebración coincidió con el inicio del canal de venta on-line. Para evitar que esos minoristas leales que durante décadas habían demostrado su fidelidad a la marca se sintieran amenazados, se decidió asociar la distribución por Internet a una causa social coherente con los valores de la compañía. Entre todas las posibles opciones, el equipo directivo se decantó por la investigación contra el Alzheimer. En ello se tuvieron en cuenta tanto razones personales de los promotores de la idea como los recuerdos positivos -a la familia, a una infancia feliz- que la marca evoca en muchos consumidores. Recuerdos, precisamente, de los que se ven cruelmente privadas las personas afectadas por esta enfermedad.

En 2014 comenzó una interesante colaboración entre El Caserío y el Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA) de la Universidad de Navarra, con el fin de destinar parte de las ventas on-line a la investigación contra el Alzheimer que desarrolla esta institución. Al año siguiente se decidió ir más allá, y la empresa, el CIMA y la Confederación Española de Asociaciones de Familiares de Personas con Alzheimer y Otras Demencias (CEAFA) se asociaron para la creación de un “caramelo del Alzheimer”: una delicia de textura blanda en cuya compra se están involucrando numerosas entidades públicas y privadas. Un dulce para ayudar a no olvidar, para preservar esos recuerdos y esas gratas sensaciones que todos asociamos al plácido deleite de un caramelo.

"Caramelos del Alzheimer". Fuente: www.elcaserio.es


cerro@centennial.es



miércoles, 10 de febrero de 2016

Serie “De la Aspirina a Facebook: ¿Qué se puede aprender del pasado?"

¿Por qué unas empresas sobreviven y otras desaparecen?, ¿qué tienen en común los grandes emprendedores?, ¿dónde están las claves de la innovación?, ¿cuáles han sido los cambios más significativos en la gestión y la organización en el último siglo? La serie de posts “De la Aspirina a Facebook” pretende encontrar algunas respuestas a estos interrogantes a partir de la trayectoria de 10 empresas y empresarios muy conocidos por sus aportaciones tecnológicas, de organización industrial, relaciones laborales o filantropía.

Se trata de 10 personas que han cometido grandes errores y aciertos, que han asumido compromisos políticos y que, en algunos casos, han llegado a tener un extraordinario poder. De una u otra forma, todos ellos son innovadores y pioneros en sus sectores. Muchos han creado compañías extraordinariamente longevas que todavía viven en nuestros días. Otros, los más jóvenes, despuntan como grandes promesas de las nuevas tecnologías y de una manera diferente de hacer negocios.

Sin duda ¡¡MERECE LA PENA ANALIZAR SUS VIDAS AL HILO DE LA EVOLUCIÓN DE LOS GRANDES CAMBIOS SOCIALES, POLÍTICOS Y MATERIALES QUE HA EXPERIMENTADO LA HUMANIDAD EN EL ÚLTIMO SIGLO!!

cerro@centennial.es

viernes, 5 de febrero de 2016

Henry Ford (1863-1947). El padre de la producción en cadena

El protagonista del artículo de hoy es Henry Ford, uno de los más destacados innovadores de la historia empresarial norteamericana y el precursor de numerosos cambios, todos ellos revolucionarios, en la industria del automóvil y en la organización del trabajo.

Sus primeros años

Hijo de un matrimonio de ascendencia inglesa, Henry Ford nació en la granja que su familia tenía en Dearborn (Michigan, Estados Unidos) el 30 de julio de 1863. Desde muy joven demostró una gran habilidad para el montaje de todo tipo de artilugios, mecanismos y máquinas. Poco a poco, con constancia e interés, se convirtió en todo un experto.

Aunque su familia esperaba que Henry relevase a su padre en la administración de la granja, él siempre vio claro que su futuro estaba en la industria. En 1879, con 16 años de edad, dejó su hogar para trabajar en Detroit como aprendiz de maquinista en la Michigan Car Company, una empresa de construcción de vagones de tren. En los siguientes dos años y medio fue encadenando trabajos en el mismo sector. En esta etapa de su vida, su máxima prioridad fue siempre aprender, aprender y aprender.


Henry Ford de niño, en su juventud y en su madurez. Fuentes: www.thehistorybehindhenryford.weebly.com; www.gettyimages.es y www.ssplprints.com

En 1882 regresó a su pueblo y, durante un tiempo, se dedicó a las labores agrícolas y la tala y venta de árboles. Nueve años después, y ya casado con Clara Bryant, se instaló de nuevo en Detroit, donde encontró un empleo como ingeniero del turno de noche en la Edison Electric Illuminating Company. Aunque sabía muy poco de electricidad, aceptó el trabajo porque suponía una gran oportunidad para continuar su formación práctica. De hecho, en tan solo cinco años llegó a ser ingeniero jefe de la planta. 

Sus intereses personales habían comenzado ya a evolucionar hacia el terreno de los vehículos autopropulsados. Apoyado por un grupo de amigos, inició varios experimentos en este campo, que culminaron en 1896 con la construcción de su primer prototipo: el “Cuadriciclo”. Este ingenio tenía cuatro ruedas de alambre muy parecidas a las de una bicicleta, se manejaba con un timón y contaba con solo dos velocidades.


"Cuadriciclo" de Ford. Fuente: http://drwtfblog.blogspot.com.es


Por entonces, Ford ya estaba decidido a hacer de su pasión un medio de vida, y logró convencer a varios hombres de empresa para que le apoyaran en la aventura de fabricar vehículos con motor. A pesar de sus esfuerzos, su inexperiencia en la gestión hizo fracasar sus dos primeros intentos por crear un negocio propio e innovador. Con el fin de recuperar su maltrecha economía, Henry se dedicó durante un tiempo a construir e incluso a pilotar coches de carreras. El éxito alcanzado por estos vehículos atrajo nuevos promotores y, en junio de 1903, pudo poner en marcha su tercera iniciativa emprendedora: la Ford Motor Company.


Su labor al frente de la Ford Motor Company

Henry Ford y sus socios se rodearon de un equipo muy preparado que compartía su entusiasmo por el sector del automóvil. El primer vehículo que se comercializó fue el Modelo A. Le siguieron otros más perfeccionados y a un precio cada vez más competitivo. 

Este fue el preámbulo del lanzamiento comercial del archiconocido Modelo T, ocurrido en octubre de 1908. El nuevo vehículo era fácil de manejar, salía airoso de las travesías por carreteras en mal estado y era muy barato. Pronto se convirtió en un verdadero “superventas”. 

Las expectativas comerciales de Ford también fueron en aumento, puesto que no se limitó a vender todos los coches que podía fabricar, sino a fabricar todos los vehículos que podía vender. Ello le obligó a construir una nueva fábrica en Higland Park, al norte de Detroit, donde inició una carrera sin fin para incrementar la producción y disminuir los costes. Ford opinaba que si lograba diseñar y fabricar un producto económico, seguro y fácil de conducir se convertiría en un artículo de masas.

Modelo T de 1914. Fuente: http://historiaupf.blogspot.com.es

Para Henry y su equipo, la clave estaba en incrementar la escala y la velocidad de la producción mediante la utilización de maquinaria muy especializada y una exhaustiva división y medición del tiempo de trabajo. Todo ello contribuyó a disminuir considerablemente los costes unitarios. 

En 1913 la factoría incorporó una línea de montaje móvil que aglutinaba ideas propias y conceptos utilizados por otros sectores. Toda una innovación técnica que redujo el trabajo a una mera repetición de acciones; una consecución de tareas que produjo una elevada rotación de la mano de obra. Para solventar ese creciente problema, en enero de 1914 Henry Ford dobló el salario de sus operarios hasta los 5 dólares diarios e implantó una jornada laboral de 8 horas. 

Esta medida no solo sirvió para que la empresa estuviera surtida de trabajadores estables, sino también para abrir un inmenso mercado entre la plantilla de la Ford Motor Company que, a partir de entonces, podía permitirse su propio automóvil. Las ventas del Modelo T fueron en aumento en los años siguientes y pasaron de 6.000 unidades en 1908 a más de 2.000.000 en 1923. Su precio unitario descendió en paralelo desde los 850 dólares de 1909 a los 290 en 1924. 

El sistema de producción en cadena de Ford, junto con la dirección científica de F. Taylor, transformó de raíz la organización del trabajo en todo el mundo. Ambos se fueron implantando poco a poco en diversos sectores productivos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Paradójicamente, el encumbramiento de Ford como uno de los inspiradores indiscutibles de una nueva era coincidió con una importante crisis en su propia compañía. Desde 1919 el magnate norteamericano era el único propietario de la empresa, que llegó a ser la más grande del mundo. Aunque desde entonces la Presidencia recayó en Edsel Ford, único hijo de Henry, lo cierto es que el peso de las decisiones continuó en manos del patriarca.


Edsel Ford. Fuente: www.media.ford.com

A punto de morir de éxito

La rápida absorción de las innovaciones técnicas incorporadas por Henry Ford y el éxito comercial de su Modelo T, el único que se producía en la factoría de Highland Park, nublaron su percepción de los cambios que se estaban produciendo en el sector desde mediados de los años veinte. A pesar de las advertencias de su propio hijo y de otros directivos de la empresa, Henry estaba convencido de que su automóvil era el preferido por los norteamericanos. 

El mercado se saturó pronto de coches baratos y ello aceleró la crisis de la Ford Motor Company. Esta empresa, pionera en su sector, había especializado sus activos para la producción de un único modelo y había asumido internamente demasiadas tareas. Ambas circunstancias le restaron capacidad de reacción. 

De hecho, la Ford se vio obligada a clausurar sus instalaciones durante cerca de un año, a renovar buena parte de su maquinaria, reducir salarios y despedir a 60.000 operarios. Una dura y costosa readaptación que culminó con el lanzamiento, en diciembre de 1927, de un nuevo vehículo, el Modelo A, cuya producción se inició en las recientes instalaciones de Rouge River, en Dearborn. 

A pesar de la contundencia con la que la Ford plantó cara a un mercado cada vez más competitivo y ávido, su caída al tercer puesto del sector, por detrás de General Motors y Chrysler Corporation, fue inevitable ya en 1936. Estas dos competidoras aplicaron estrategias de producción mucho más flexibles. 

El prematuro fallecimiento de Edsel Ford en 1943, a los cincuenta años de edad, aceleró un nuevo relevo generacional en la compañía. Aunque el fundador se vio obligado a asumir de nuevo la Presidencia hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, tras el conflicto se retiró a su localidad natal, donde falleció el 7 de abril de 1947.

La tercera generación

Henry Ford II, hijo de Edsel, tomó las riendas de la compañía familiar. Durante el conflicto internacional la empresa se había convertido en uno de los principales contratistas del ejército norteamericano, al que proveía de aviones, motores, jeeps y tanques.


Henry Ford II. Fuente: http://www.technofresh.ru


Evidentemente, Henry II no tenía previsto asumir tan pronto la Presidencia de la Ford. Se trataba de una responsabilidad enorme y había que conocer muy bien el sector, la empresa y a sus integrantes. Para suplir su inexperiencia, contrató a dos pesos pesados de la General Motors, Ernest Breech y Lewis Crusoe, así como a diez jóvenes formados en las Fuerzas Aéreas.

Durante su etapa al frente de la organización, que se prolongó hasta 1982, la compañía atravesó por distintas etapas de bonanza y crisis. En 1956 la Ford salió a bolsa y su valor se incrementó en 650 millones de dólares. Este acontecimiento, que supuso la entrada de capital ajeno a la familia, convivió con el lanzamiento del modelo Edsel, un coche experimental que resultó un gran fracaso.

En conjunto, la larga gestión de Henry II coincidió con la etapa de expansión internacional de la empresa que, en 1980, era la cuarta multinacional industrial más grande del mundo.

La Ford más actual 

Tras el fallecimiento de Henry Ford II en 1987 se inició un largo período en el que los cargos más representativos fueron desempeñados por personas ajenas a la familia. Con la elección de William Clay Ford Jr. como Presidente del Consejo de Administración, en 1999, el clan volvió a estar al frente del máximo órgano de representación. Sus decisiones estratégicas han estado marcadas por la lucha contra el impacto que la crisis económica internacional ha tenido en el sector del automóvil. En 2005, el valor en bolsa de las acciones de Ford cayó en picado. 

Para hacer frente a esta situación, se puso en marcha un plan de reestructuración que tiene como meta adaptar el tamaño de la compañía a la realidad del mercado. Un nuevo esfuerzo de adaptación en una empresa que siempre ha tenido problemas de sobredimensionamiento.

Reflexiones para la actualidad

La trayectoria de la Ford Motor Company pone de manifiesto los esfuerzos que este gigante de la fabricación ha tenido que realizar a lo largo de su historia para adaptarse a las necesidades de un mercado cambiante. Henry Ford fue sin duda un innovador, un técnico creativo mucho mejor dotado para la mecánica y el diseño que para comprender los vaivenes comerciales de un sector en plena evolución. 

Pionero de la fabricación en masa y de la organización científica del trabajo, sus aportaciones han llegado hasta nuestros días y han roto barreras en todos los sentidos. Fue sin duda una persona con gran determinación, que sabía muy bien qué quería conseguir en el plano profesional. Curtido en otras compañías y avalado por dos fracasos previos, fue capaz de poner en marcha un coloso que, en poco tiempo, demostró tener pies de barro. Su excesivo tamaño y el éxito arrollador conseguido por el Modelo T se convirtieron, a la larga, en importantes trabas para seguir en primera línea. 

Henry Ford quizás confió demasiado en su capacidad para predecir el futuro del sector; era lógico: él había contribuido a crearlo. Con la perspectiva que da el presente, resulta claro que debía haber estado más atento a las percepciones que su propio hijo y otros colaboradores tenían sobre la evolución de los gustos de los consumidores. Sin duda es impactante descubrir cómo las personas que más aportan a la historia de una organización pueden ser, en ocasiones, sus principales peligros. Y es que la gestión excesivamente personalizada nunca es una buena estrategia.

cerro@centennial.es