Abordamos la segunda entrega de la serie “Cuéntanos tu historia” con un artículo sobre el Grupo Mutuavenir. Una organización que, más allá del juego de palabras que encabeza este post, ha sabido moverse con soltura en un sector muy competitivo y complicado como es el de los seguros. Se trata de una longeva apuesta por la solvencia basada en unos valores muy sólidos. Muchas gracias a Pedro Osácar, director general del grupo, por su disponibilidad y útiles comentarios sobre el presente y el futuro de la empresa.
Varios empresarios del ramo de la construcción, liderados por Martín Loydi Unsain, se dan cita en el Círculo Mercantil e Industrial de Pamplona, en la céntrica Plaza del Castillo de la capital navarra. Es finales de enero de 1905 y se reúnen para firmar los estatutos de constitución de la Mutua de Seguros de Pamplona, sociedad matriz de lo que hoy es el Grupo Mutuavenir.
Cambios sustanciales y segregación de Mutua Navarra
Crecimiento y reestructuración del sector
Privada de su actividad original, la Mutua de Pamplona tuvo que ingeniárselas para dotar de contenido su trabajo en un entorno económico relativamente hostil. La crisis que afectó a los países occidentales desde 1973 se dejó sentir en el entorno local dos años más tarde.
Con esta iniciativa pretenden hacer frente de manera mancomunada a las obligaciones que la Ley de Accidentes de Trabajo, de 30 de enero de 1900, planteaba a los propietarios de las empresas. Por primera vez, la legislación española reconocía la responsabilidad directa de los patronos en los accidentes sufridos por sus empleados. Aparte del pago de una indemnización, los empresarios también debían facilitar “asistencia médica y farmacéutica al obrero” hasta que pudiera regresar a su puesto de trabajo.
En su artículo 12, la Ley contemplaba la oportunidad de sustituir estas obligaciones por un seguro “hecho a su costa en cabeza del obrero de que se trate (…), en una sociedad (…) debidamente constituida”. Loydi y sus compañeros en la Mutua de Pamplona pretendían acogerse a esta posibilidad y responder, mediante una organización estable, a los riesgos de accidente laboral que entrañaba el desarrollo de sus respectivos negocios.
A comienzos del siglo XX Pamplona era una ciudad con poco más de 30.000 habitantes que vivía encorsetada por sus murallas. Aunque la construcción del Primer Ensanche y el consiguiente derribo de dos de sus baluartes se habían iniciado algunos años antes, la necesidad de romper radicalmente con estas barreras era cada vez más acuciante. El espacio urbano estaba animado por pequeños negocios y varios comercios, mientras que las empresas más grandes, todavía muy escasas, se situaban por lo general extramuros.
La mayor parte de las empresas tenían un tamaño reducido y, para sus propietarios, hacer frente a las nuevas exigencias que marcaba la Ley resultaba muy oneroso. La fórmula mutualista, en la que los riesgos y los pagos se comparten, se planteaba como una magnífica posibilidad para superar esta barrera.
Herederas directas de las cofradías, gremios y montepíos de origen medieval, las mutuas carecían, por definición, de ánimo de lucro y por esta razón no estaban sujetas al Código de Comercio. Su referente legal era la Ley de Asociaciones.
Durante sus primeros años de vida, la Mutua de Pamplona tuvo una evolución lenta: las reservas crecían despacio y los márgenes eran muy ajustados, aunque la ausencia de grandes siniestros permitía la continuidad de la organización. A partir de 1932, la legislación impuso primas comerciales mínimas a todas las entidades aseguradoras. Ello dio una dimensión renovada al negocio, que comenzó a contar con un patrimonio estable y creciente.
Poco a poco la Mutua fue ampliando su gestión a otros ramos. Una de las diversificaciones más importantes llegó en plena posguerra: la Ley de 14 de diciembre de 1942 estableció en España el seguro obligatorio de enfermedad y esta circunstancia abrió un nuevo campo de trabajo. Por entonces, la Mutua de Pamplona contaba ya con un interesante fondo de comercio formado por pequeños empresarios, que eran quienes debían adquirir los seguros de enfermedad a nombre de sus empleados.
En marzo de 1948, la Junta tomó la decisión de extender su actividad a los ramos de incendios, accidentes individuales y cristales. Este incremento de áreas de trabajo permitió a la Mutua crecer y consolidar su cometido durante los años cincuenta y sesenta.
A mediados de esta última década tuvo lugar un cambio fundamental en la legislación que regía el seguro de accidentes laborales. Un Decreto del Ministerio de Trabajo de 24 de noviembre de 1966 obligó a la integración de este ramo en el régimen de Accidentes del Trabajo y Enfermedades Profesionales de la Seguridad Social, entidad creada tres años atrás. A partir de entonces las mutuas patronales de accidentes tenían la posibilidad de colaborar con esta institución, pero limitando su actividad a ese único cometido.
Para adecuarse a este requisito legal, se produjo una segregación interna en la Mutua de Pamplona. La empresa escindida (actual Mutua Navarra) asumió los ramos de accidentes laborales y enfermedades profesionales y se convirtió en una entidad delegada de la Seguridad Social. La Mutua de Pamplona, por su parte, continuó gestionando las áreas que no se habían visto afectadas por esta escisión legal.
Privada de su actividad original, la Mutua de Pamplona tuvo que ingeniárselas para dotar de contenido su trabajo en un entorno económico relativamente hostil. La crisis que afectó a los países occidentales desde 1973 se dejó sentir en el entorno local dos años más tarde.
En ese ámbito de inestabilidad, la Mutua adoptó una política prudente que daba prioridad a la solvencia frente al crecimiento, sin perder nunca de vista las nuevas oportunidades que iban surgiendo en el mercado. A ello hay que añadir una estricta selección de riesgos, el control del gasto y una gestión óptima del patrimonio. Los resultados de esta estrategia se comunicaban anualmente a los mutualistas en unas masivas juntas, convertidas en verdaderos actos sociales en la capital navarra.
A finales de la década de los setenta, la Mutua consolidó considerablemente sus fines estatutarios, al recibir autorización para operar por toda España y ampliar su actividad a los seguros de robo, combinado incendio-robo y responsabilidad civil. Los años ochenta fueron decisivos para el ramo asegurador en España. En ellos se fraguó un nuevo marco legal que implicó un riguroso control oficial de los niveles de solvencia y garantía mínima de las entidades.
La competencia también se incrementó mucho por la diversificación de los grupos bancarios hacia actividades aseguradoras, así como por la creciente presencia de capital extranjero en el sector. Estas nuevas reglas del juego propiciaron el incremento medio del tamaño de las unidades, ya que muchas sociedades y mutuas desaparecieron al ser integradas en grupos cada vez más potentes. La Mutua de Seguros de Pamplona no fue ajena a esta tendencia. Entre enero de 1983 y octubre de 1994 absorbió cuatro entidades de su entorno y de la capital: la Mutualidad Comercial de Incendios de Bilbao, la Vitoriana Sociedad de Seguros Mutuos, la Sociedad de Seguros Mutuos de San Sebastián y la Mutua Mercantil e Industrial de Madrid.
Este evidente incremento de su tamaño se vio además acompañado por la incorporación de nuevas modalidades aseguradoras: los seguros multirriesgo-hogar, combinado de edificios y comunidades y pérdidas pecuniarias diversas, en 1983. Los seguros de averías de maquinaria, ordenadores y equipos electrónicos y multirriesgo industrial para PYMES, en 1986. Y los multirriesgo de construcción y comercio, en 1987.
También en los ochenta, la Mutua cambió su sede social. Del mismo modo que las casas privadas son fiel reflejo de la personalidad y el poder adquisitivo de sus ocupantes, los domicilios sociales proyectan la cultura de las empresas a las que acogen y su potencial económico. La Mutua de Seguros de Pamplona había pasado por distintas ubicaciones hasta que, en marzo de 1948, adquirió un céntrico y emblemático edificio en la capital navarra diseñado por el reconocido arquitecto Víctor Eusa. Tras tres décadas en el mismo establecimiento, a finales de los setenta se acordó demoler las antiguas instalaciones y sustituirlas por una construcción de siete plantas y factura mucho más moderna, acorde con los nuevos retos que la entidad estaba asumiendo. El edificio se inauguró en septiembre de 1981.
Tan solo seis años después, en 1987, se produjo un incendio en la nueva sede social, que afectó a la primera planta. Aunque no hubo que lamentar daños personales, las pérdidas patrimoniales y documentales fueron importantes. Sin embargo, la entidad “resurgió rápidamente de sus cenizas” y continuó respondiendo a las necesidades de sus asegurados como siempre lo había hecho hasta entonces.
Pasado y presente: primera sede social y edificio actual de la Mutua de Seguros de Pamplona
El Programa Mutuavenir y los retos del nuevo milenio
La Mutua inició la década de los noventa con un proceso de reflexión estratégica que se plasmó en el llamado “Programa Mutuavenir”. En un marco de aceleración de la competencia, exceso de oferta y abaratamiento sistemático del precio de los seguros, sus responsables decidieron tomarse un tiempo para diseñar el tipo de negocio que querían ser y para identificar sus potencialidades de crecimiento. En el trasfondo de esta estrategia estaba la voluntad de expandirse a otros sectores, generar sinergias para ofrecer un servicio más amplio a los mutualistas y, a su vez, captar nuevos clientes.
Fruto de esa reflexión fue la constitución del Grupo Mutuavenir. Su nombre es una combinación de palabras que alude al espíritu mutualista de antaño y a la vocación de permanencia, de continuidad, que se recoge en el galicismo “avenir”: el futuro, el porvenir, lo que está por llegar.
La experiencia de diversificación ha resultado muy positiva. Sobre todo porque ha permitido consolidar de manera progresiva un cuño moderno, con “pegada”, que ha llegado a eclipsar la denominación tradicional. Aunque la frase “Mutua de Seguros de Pamplona” continúa formando parte de la denominación social, desde 2008 Mutuavenir ha pasado a ser el título sobre el que pivotan la entidad y la marca.
Ese futuro que forma parte de su nombre se presenta, por definición, incierto y lleno de interrogantes. Y es que sobrevivir en el ramo asegurador no es tarea fácil. Se trata de un sector muy maduro, en el que es difícil destacar si no es por precio. Tradicionalmente, la Mutua ha sacrificado el crecimiento rápido a favor de la solvencia. Es consciente por tanto de que, por su reducido tamaño, tiene que adoptar estrategias de nicho y desarrollarlas con fuerza e imaginación para competir con las grandes entidades del sector. En los últimos años, por ejemplo, el grupo ha dado mucha importancia al impulso de elementos estructurales, como la tecnología de factura propia para mejorar su eficiencia y su posición competitiva frente a los canales de distribución.
Pedro Osácar, director general del Grupo Mutuavenir
Presente, pasado y futuro: algunas claves de supervivencia
Pedro Osácar, director general de Mutuavenir, conoce bien el pasado de la sociedad, gestiona su presente y diseña su futuro. Conjuga los tres tiempos verbales para que la esencia de la Mutua no se pierda por el camino y sus valores sigan siendo su sello distintivo y el cemento de la organización. Valores como la solidaridad, la transparencia, la prudencia, el diálogo o la proximidad al cliente están en la misma base del mutualismo y, sin duda, han permitido que la entidad perdure con el paso del tiempo. La solución radica en trabajar para que esos principios no queden en una mera declaración de intenciones, sino en ejemplos diarios de coherencia.
Entre las claves que explican la longevidad del grupo hay que añadir también actitudes y aptitudes como la adaptación al cambio, la rentabilidad como garantía de futuro, una exhaustiva selección del riesgo y la búsqueda permanente de estrategias de diferenciación. Todas ellas han permitido a Mutuavenir conseguir ventajas competitivas para ser una entidad de referencia.
La mezcla de estos factores, unida a la profesionalidad de los sucesivos equipos que han creado y desarrollado la Mutua en sus 111 años de vida, ha sido y será la mejor garantía de su continuidad.
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